"Toda actividad es fútil si se mide con la escala de la eternidad." / Tristán Tzara

"El enemigo del arte es el buen gusto." / Marcel Duchamp

"Lo que hay de embriagador en el mal gusto es el placer aristocrático de desagradar." / Charles Baudelaire



jueves, 23 de noviembre de 2006


Bienvenidos Navegantes:

Los Mares los han arrojado a estas playas, esperamos que sea de su agrado esta pequeña isla encantada, prometemos Arte, Magía y Poesía.

Ya es hora de empezar....... a Vuestra Salud !!!



LAS PALABRAS SIN ARRUGAS (André Breton).


Empezábamos a desconfiar de las palabras. De pronto nos habíamos dado cuenta de que requerían ser tratadas de modo distinto que como esos pequeños auxiliares por los que las habíamos tomado siempre; algunos pensaban que a fuerza de servir se habían refinado mucho, otros, que por esencia, podían aspirar legítimamente a una condición distinta que la suya; en resumen, se trataba de liberarlas. A la "alquimia" del verbo había sucedido una auténtica química que en principio se había dedicado a despejar las propiedades de las palabras, una sola de las cuales especificaba el diccionario su significado. Se trataba: 1.º de considerar la palabra en sí; 2.º de estudiar lo más de cerca posible las reacciones de unas palabras sobre otras. Solamente a este precio se podía esperar devolver al lenguaje su auténtico destino, lo que para algunos, entre los cuales estaba yo, debía dar un gran impulso al conocimiento y exaltar la vida otro tanto. Nos exponíamos con ello a las consabidas persecuciones, en un terreno en el que el bien (hablar bien) consiste en tener en cuenta ante todo la etimología de la palabra, es decir todo su peso más muerto, en conformar la frase a una sintaxis mediocremente utilitaria, todo ello de acuerdo con el pobre conservadurismo, humano y con ese horror del infinito que en mis semejantes no deja pasar una ocasión de manifestarse. Naturalmente, una empresa tal, que pertenece al terreno poético, no exige tan clara voluntad de cada uno de aquellos que toman parte en ella, no siempre es preciso formularse una necesidad para satisfacerla. Y no pretendo desarrollar aquí más que una imagen.
Fue al asignar un color a las vocales, cuando, por primera vez, de modo consciente y aceptando las consecuencias, se desvió la palabra de su deber de significar. Nació en ese día a una existencia concreta, como hasta ahora no se le había supuesto. De nada sirve discutir la exactitud del fenómeno de la audición coloreada, sobre la cual me cuido mucho de apoyarme. Lo que importa es que se ha dado la alarma y que de ahora en adelante parece imprudente especular con la inocencia de la palabra. Les conocemos ahora una sonoridad que después de todo es a veces muy compleja; además tientan el pincel y no se tardará en preocuparse de su aspecto arquitectónico. Se trata de un mundillo intratable, sobre el que no podemos mantener más que una vigilancia muy insuficiente y en el que, por aquí y por allá, descubrimos, sin embargo, algunos flagrantes delitos. En efecto, la expresión de una idea depende tanto del ritmo de las palabras como de su sentido. Hay palabras que actúan en contra de la idea que pretenden expresar. En fin, ni siquiera el sentido de las palabras nos llega totalmente puro y estamos lejos aún de poder determinar en qué medida el sentido figurado obra progresivamente sobre el sentido propio, al tener que corresponder a cada variación de este una variación de aquél.
La poesía de hoy ofrece a este respecto un campo de observación único. Los nombres de Paulhan, de Éluard, de Picabia están unidos a investigaciones de las que participaron también la obra de Ducasse, Un Coup de Dés, de Mallarmé, La Victoire, y algunos caligramas de Apollinaire. De todas formas no se estaba seguro de que las palabras viviesen ya su propia vida, no se atrevía a ver en ellas a unas creadoras de energía. Se las había vaciado de su pensamiento y se esperaba, sin creer demasiado en ello, que mandasen en el pensamiento. Hoy es ya cosa hecha: he aquí que son lo que se esperaba de ellas. El documento que da fe de ello es, en muchos aspectos, de un precio inestimable.
Cierto es que los seis "juegos de palabras" publicados en el penúltimo número de Littérature bajo la firma de Rrose Sélavy me habían parecido merecer la máxima atención, y esto fuera de la personalidad de su autor: Marcel Duchamp, debido a estas dos características bien distintas: por una parte su rigor matemático (desplazamiento de letra en una palabra, cambio de sílaba entre dos palabras, etc.), por otra parte la ausencia del elemento Cómico que pasaba por inherente al género y bastaba para su depreciación. Era, a mi modo de ver, lo más importante que desde hacía tiempo venía dándose en poesía. Pero Robert Desnos y yo no preveímos entonces que un nuevo problema iba a añadirse a éste, llevándole al primer plano de la actualidad. ¿Quién dicta a Desnos dormido las frases que hemos podido leer en Littérature y de las que Rrose Sélavy es también protagonista?, ¿está unido como pretende el cerebro de Desnos al de Duchamp, hasta el punto de que Rrose Sélavy no le habla más que si Duchamp tiene los ojos abiertos? Esto es lo que en el estado actual de la cuestión no me corresponde dilucidar. Cabe señalar que, despierto, Desnos, por muchos esfuerzos que haga, se muestra incapaz, como todos nosotros, de seguir con la serie de sus "juegos de palabras". Hace casi un mes que nuestro amigo nos ha, por otra parte, acostumbrado a todas las sorpresas y conozco una serie de dibujos suyos (de él, quien en estado normal no sabe dibujar) entre los cuales se halla La Ciudad de las calles sin nombre del Circo cerebral, de los que me contentaré con decir por hoy, que me conmueven por encima de todo.
Ruego al lector que se atenga provisionalmente a estos primeros testimonios de una actividad hasta ahora insospechada. Somos varios los que les concedemos una extraordinaria importancia. Entiéndase bien lo que decimos: juegos de palabras, cuando son nuestras razones de ser más auténticas las que están en juego. Las palabras, además, han dejado de jugar.
Las palabras hacen el amor.

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